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En la primera canción, Billie Joe Armstrong ya había conseguido que todo el pabellón se moviera a la orden de sus "eoooo". En la segundo corrió hacia una grada protegido por cuatro armarios de seguridad. No sirvió de mucho: los abrazos de la gente acabaron por averiar su guitarra. Todavía en este segundo tema seleccionó a dedo a un espectador, le invitó a subir al escenario y le obligó a lanzarse en plancha a la marea humana de las primeras filas. Esta operación la repitió durante todo el concierto y, milagros del pop, no hay noticia de que alguno de los espontáneos se rompiera la crisma.
Cuando llegó el tercer tema gritó: "Necesito a un niño". Y allí todo el mundo temió por la integridad del chaval. Lo localizó y un tipo de seguridad plantó al asustado crío frente a 15.000 aulladores. Temblaba el chaval cuando Billie le inquirió que cantara. Como no se arrancó, le despidió del escenario tirándole de la oreja. Pero todo de buen rollo, ¿eh? Y así durante dos horas y media de explosiones, fuegos, ametralladoras de agua y banderas de España.
También sonó música, no se vayan a pensar, desde esa apertura con el tema que da título a su nuevo disco, 21st Century breakdown, a clásicos de su repertorio como Holiday o Basket case.
Por ser transparentes: Green Day está tan cerca del punk como la defensa del Atlético de Madrid de ser la mejor de Europa. O sea, a miles de kilómetros. Aquel programa ideológico punk de rápido, sucio y bronco se lo dejaron los californianos en sus tiempos de actuaciones okupas. Pero no hay que hacerse el haraquiri, incluso para los nostálgicos del imperdible y las crestas. Green Day no es punk, sino un grupo de pop gigantesco escandalosamente divertido en directo.
Así de bien se lo pasaron los espectadores, la mayoría de esta jacarandosa generación Física o Química. De hecho, algunos de los actores de la serie brincaban entre el público. Quizá hubiera entre los asistentes alguno de los 300 que vieron a Green Day en la sala Revólver en su primera gira española, allá por 1991. Los tres mismos tipos que anoche se presentaron escudados por guardaespaldas y masajistas, que conocen personalmente al hombre más poderoso del mundo (sí, hicieron campaña por Obama)... Estos mismos chicos millonarios durmieron en 1991 en sacos en casa de un colega en la calle de Fuencarral y salieron del concierto camino de Malasaña para hacer un poco el gamberro.
Se le pueden poner pegas a lo que anoche ocurrió, como que el grupo se cargue algunas canciones (sangrante el caso de Longview) empeñándose en que el público las cante. O ese popurrí ajeno en plan La Década Prodigiosa donde combinaron Shout, Stand by me o Satisfacion. Pero es parte de la algarabía. Si no te sientes integrado en todo este circo, sufres, claro. Son las reglas del juego de estos espectáculos de varietés. Y esta vez, Sid Vicious y su punk sombrío, que descanse en paz.
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